Juan Pedro Borrego. 17.6.99
Álvaro Pérez, ya como ex entrenador del Universidad de Las Palmas, se sentaba en la sala
de actividades del hotel Escuela Santa Brígida para ofrecer mi respuesta a la
versión oficial del club sobre mi cese. Antes que nada, y acompañado de su hijo
mayor, bebía agua, quizá con la intención de serenarse en una rueda de prensa
concurrida en la que sabía que debía medir sus palabras para no completar la ruptura de
una amistad que incluso llegaba a estrechar lazos familiares con el hombre que había
decidido su cese (de acuerdo con la versión que el propio técnico facilitó), Francisco
José Gómez Cáceres padrino de uno de sus hijos. Las relaciones
personales han terminado en estos momentos no definitivamente rotas, pero sí muy
deterioradas con aquellos con los que había iniciado una relación muy
bonita y que me arrepiento de haber iniciado.
Una de las razones es, sin duda, el hecho de que todavía no ha nacido el
directivo que me imponga ni una alineación ni a un jugador. El técnico aseveraba
más su postura al decir que ellos en su casa pueden hacer lo que quieran, pero a
partir de la raya blanca, el que manda es el entrenador.
La suya, como ya comentaba ayer tras reunirse con la plantilla, era una muerte
anunciada y que pudo evitarse en una segunda llamada de Gómez Cáceres el martes
por la mañana, justo después de la primera para confirmarle el cese que ya anunciaban
los medios de comunicación, para intentar revocar su decisión, pero que no
quiso aceptar.
Sus desacuerdos con el club universitario empezaron, según su versión, desde el
mismo momento en que firmé el contrato. La confianza que señala el comunicado del
club como causa fundamental de la destitución, estoy de acuerdo que ya no existía,
pero no era desconfianza por mi parte, añadía. Por este motivo y todo lo que iría
aconteciendo durante la temporada, el técnico grancanario tenía claro que no iba a
continuar en el Universidad, pasase lo que pasase después de esta liguilla de
ascenso, y eso sí lo sabían mis amigos.
En dos ocasiones, una en Navidad, durante un almuerzo de trabajo en La Casita con el
presidente y Gómez Cáceres, y otra vez en el mes de abril, presenté mi
dimisión, aunque en ninguna de las dos ocasiones le fue admitida por parte de la
directiva. Sin embargo, el técnico aguantaba en su cargo pese a los continuos traspiés
que iba sufriendo, aunque siempre dije que prefería no continuar a perder a un
amigo.
Él sabía que la decisión de su cese podía haber estado tomada, incluso antes de que
se jugase el partido con el Melilla. Yo como presidente, no la hubiera tomado a
estas altura de la temporada, pero no quiero entrar a valorar la decisión que han tomado
y que ha recaído en una sola persona.
Pero Álvaro Pérez se sentía cada vez más cómodo en sus explicaciones, lo mismo que
intentaba ser fuerte en su relación en el terreno de juego con la plantilla. Todos
saben quién es quién en este mundo. Mi carácter es fuerte y va conmigo, mi forma de
entender el fútbol, mis éxitos y mis fracasos, explicaba.
Este carácter le creó detractores dentro del seno de la plantilla y que localizó el
técnico en aquellos que habitualmente no juegan, está claro. Para Álvaro
Pérez, su forma de imponer disciplina puede ser fuerte e ir de largo para algunos
jugadores, sobre todo para aquellos que no tienen fabricado el chip de
profesionalidad que él mismo confiesa tener. Esa diferencia con estos miembros de
la plantilla que no parecen haber sentido tanto su marcha es evidente que generaba
alguna dificultad, confiesa. Sin embargo, Pérez considera que la plantilla
está toda conmigo, como así lo manifestaron ayer, a excepción, claro está de los que
siempre debe haber porque no juegan.
Las acusaciones de preferencias personales por alguno de sus futbolistas no eran
admitidas. El hecho de haberse levantado a celebrar un tanto de Jonathan durante la fase
regular frente al Ferrol se justificaba en la promesa del jugador en dedicármelo el
día anterior . Aparte de ese gol, nunca en la vida me he levantado a festejar
ningún otro, porque entiendo que no forma parte de la obligación del entrenador.
El detonante
El detonante final de la destitución del entrenador puede haber sido sus declaraciones
en un medio de comunicación murciano. Dicen que debía desmentir lo que se
publicaba en La Opinión de Murcia, mientras que ellos no hacían lo mismo con los diarios
del Archipiélago, cuando se publicaba que el próximo entrenador del Universidad iba a
ser David Amaral.
Para el técnico era lógico pensar que la situación era la misma en las dos partes, y
que en la suya no había sido propiciada por mí, aunque sí que admitía una
respuesta afirmativa a la pregunta de un periodista murciano, Paco Zaragoza, sí me
gustaría liderar un proyecto en el Murcia, con el que no tengo ningún preacuerdo. Pero
es la misma respuesta que hubiese tenido si me los hubiesen preguntado del Boyuyo de
Abajo. Finalmente, terminó Álvaro Pérez considerando como ilógico
utilizar esta circunstancia para justificar su cese. Ponía la puntilla el técnico al
confesar que el Universidad se puso en contacto conmigo la temporada pasada cuando
yo jugaba la liguilla de ascenso con el Ceuta. |